Para los celtas la
naturaleza estaba ligada a los hombres desde el inicio de los tiempos. A través
de la tierra, el aire, el agua y el fuego todo se magnificaba creando una
religión única en la que en sus inicios, no existían divinidades corpóreas tal como
las entendemos hoy en día. El fuego, el agua, tierra y fuego eran sobre todo
elementos divinizados a los que se adoraba frecuentemente para obtener su
energía y transformarla.
La magia druídica seguía
los principios que regían la naturaleza, los ciclos del sol y la luna, las
estrellas, las estaciones….Tal como os he ido descubriendo los nudos celtas
simbolizan a la perfección la representación de los elementos de la naturaleza,
el trisquel o la triqueta su unión con los hombres como si de una promesa de
colaboración entre humanos y naturaleza se tratase… son tantos los legados
celtas y su amor por la naturaleza que, hoy en día, no venía nada mal rescatar tales
principios.
El alma se purificaba mediante un largo y difícil proceso en el que se recorrían los reinos animal y vegetal para, finalmente, habitar en un cuerpo humano. No es casual, entonces que se tuviera como máximo credo respetar las leyes de la naturaleza que por aquel entonces regía por igual a hombres y demás elementos cósmicos.
Una vez alcanzada la
condición de alma humana, ésta debía vivir varias vidas en tiempos y épocas
diferentes para alcanzar la perfección tal como hace la naturaleza en sus
diferentes estaciones y cambios. Podía decirse, de esta manera, que los celtas
aprendían de todo lo que la vida les ofrecía, tanto bueno como malo y que la
naturaleza era su mayor inspiración ya que convivían con ella en plena armonía.
Era frecuente por ejemplo que antes de talar un árbol o coger su madera para
leña o para construir sus hogares se “pidiese permiso” al propio árbol o se
prometiera una compensación a cambio de tal preciado material.
Los celtas entendían la
tierra como fuente de vida, pues en ella se desarrollaban los ciclos vitales,
de las plantas, de los animales y de los seres humanos. Esta peculiar visión les
permitió desarrollar un poderoso sentimiento de propiedad sobre la tierra, el
más denso de todos los elementos que nutre a los demás. También era frecuente
el culto a las rocas, manantiales y demás elementos que representaban un
referente para el pueblo celta.
Por ejemplo, en el rito de
la piedra de Fal, una piedra situada en Tara y que emitía sonidos o gritos
cuando un futuro rey se sentaba en ella, expresa esta fuerte relación entre el
celta y la tierra. Así pues, es la
tierra la que tiene el poder de la soberanía, de aceptar al futuro gobernante y
elegirlo como tal para que ejerza como intermediario entre la propia tierra y
el pueblo.
El aire, ese elemento
misterioso y etéreo asociado al pensamiento y a la mente era considerado el
elemento mensajero de los dioses que susurraban a través de él y permitía su
movilidad en forma de aves. El dominio del viento era una de las aspiraciones
mayores del druida y a través de él, podía ejercitar su poder y demostrar su
sabiduría.
El agua es fuente de vida,
a través de ella fluye la energía primordial, la energía que se encuentra en el
interior de la tierra. El agua
significaba pureza para los celtas y era frecuente que la utilizaran para la
limpieza del alma. Se sabe por ejemplo que desde la Edad de Bronce el pueblo
celta arrojaba a los ríos objetos valiosos como ofrendas además de las armas de
los guerreros para que acompañaran al guerrero muerto en la otra vida. (Es
curioso cómo podemos relacionar esta costumbre celta con la leyenda de la
famosa espada Excalibur, la espada del rey Arturo, arrojada al lago después de
morir éste.)
En cambio los pozos eran a
menudo considerados nexos de unión entre el mundo de los vivos y los muertos y
los manantiales eran venerados por sus propiedades curativas y limpiadoras. Se
dice que en los arroyos y manantiales se establecían cultos muy específicos y
que antes de beber de sus aguas se debía pedir permiso a la guardiana del agua (lo
que con los siglos se transformarían en las hadas acuáticas, ondinas y ninfas).
El fuego representa la
energía cósmica, es un elemento tanto destructor como purificador y
regenerador. Muchos rituales celtas están basados en el fuego como la famosa
noche de San Juan o la festividad de Beltaine donde el fuego estaba siempre
presente. En la magia druídica, la forma que adoptaba el fuego y su orientación
era interpretada como mensajes de la naturaleza y en ocasiones incluso los
propios druidas, podían moldear y dar forma al fuego según los puntos
cardinales mientras las mujeres eran las encargadas de encenderlo.
Era frecuente arrojar al fuego objetos como ofrendas y luego encender teas a fin de reencender todos los fuegos de los hogares de la tribu. Este ritual purificador y a la vez protector aseguraba la fertilidad y la prosperidad para todas sus gentes. Más tarde se asociaría el fuego con ritos relacionados con el otro mundo o el más allá.
Era frecuente arrojar al fuego objetos como ofrendas y luego encender teas a fin de reencender todos los fuegos de los hogares de la tribu. Este ritual purificador y a la vez protector aseguraba la fertilidad y la prosperidad para todas sus gentes. Más tarde se asociaría el fuego con ritos relacionados con el otro mundo o el más allá.
Aprender a usar los
elementos y a disfrutar de la naturaleza y de todo lo que nos ofrece es algo
que nuestros antepasados celtas nos han legado y que yace dormido en nuestro
interior; para algunos esta empatía con la naturaleza ya está despierta, en cambio para
otras personas solo es un hecho el que poco a poco aprendan a redescubrirla.
Como bien dirían druidas
como Taliesin o Amergin:
"La naturaleza
es la presencia de lo divino"